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Relato: Hablando con Quink.

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No obstante, al fin llegamos al estanque, y nos dispusimos a agotar su poder arrojando gotas de sangre en sus aguas impías y creando uno a uno más de esos monstruos. O eso esperábamos, al menos. Agotar su poder, y no que nos explotara o algo peor. Por suerte, nuestras conjeturas resultaron acertadas, y efectivamente el fulgor macabro de las aguas disminuyó con cada monstruo creado, hasta que al fin la última gota de sangre secó el pozo, dejando tras de sí una solitaria runa thassiloniana que reconocí sin dificultad. Un signo que en el antiguo imperio se usaba para denotar la ira.



Casi empujé a mis compañeros camino al pueblo, en mi deseo de subir cuanto antes a la luz del día y visitar a Quink. Tenía la impresión de que nos podría ayudar sobremanera a dilucidar los enigmas que habíamos encontrado allí abajo. Aun así, eché una última mirada hacia atrás antes de abandonar los subterráneos. Eran un buen lugar, o lo serían si se los mantenía libres de bichejos y se les daba una buena limpieza. Y aquella encantadora cámara de levitación... ¡ah! Tal vez podía convertirlo en mi refugio, algún día.

Tras asearnos y descansar un rato encontramos al sabio hablando con la alcaldesa y el padre Zanthus. ¿O sería más exacto decir que les gritaba? El estudioso estaba todo excitado con cierta teoría suya referente al viejo faro (al que cree un arma de los antiguos thassilonianos), teoría que chocaba con la incredulidad de sus oyentes. Yo no sería tan rápida a la ahora de subestimar una teoría, pero, al contrario que Quink, sí sé lo difícil es que la gente que vive en el mundo, y no entre pergaminos y libros viejos, reconsidere sus ideas preconcebidas, sobre todo si las nuevas no les atañen en su vida diaria. A su manera, la alcadesa y el padre Zanthus son cultos y razonables, incluso sabios, pero no la clase de gente que se sienta a pensar en un pasado remoto que nunca resucitará. Y en cuanto a la teoría de Quink, no se si será verdad o no… mas no puedo negar que sería emocionante que así afuera.



Escuchando a Quink explicar a mis compañeros cómo aquella región había sido en su día la frontera entre dos grandes reinos thassilonianos, y cómo el decrépito faro conocido como Vieja Luz podía haber sido antaño una torre desde la que lanzar descargas ígneas, recordaba las emociones que despertaban en mí aquellas antiguas ruinas. Aunque por aquel entonces nada sabía de su origen thassiloniano, siempre han sido fuente de leyendas y superstición entre los lugareños. Para los otros niños, acercarse a tocar su base era toda una aventura, un juego arriesgado con el que poner a prueba el propio valor y con el que hacer apuestas. Para mí, el lugar era como un susurro del pasado, tan emocionante como las historias de intrépidos aventureros que escuchábamos a espaldas de nuestros padres, o tan intrigante como algo salido de las páginas de un libro de historia antigua (libros que mis amiguitos no leerían ni para solucionar una semana de insomnio)

Así que sentía un tanto de simpatía hacia Quink, a pesar de que obviamente había sacado de sus casillas a sus dos interlocutores y no tardó en ofender y exasperar a mis compañeros. Para ellos, fue evidente que cada minuto pasado allí con el que consideraban un erudito pedante fue soporífero. No creo que apreciasen nuestra conversación sobre la reina Alaznist, que al parecer había sido la gobernadora de la región en aquellos remotos tiempos (lo cual tiene sentido a la luz de la estatua que hallamos abajo, en las catacumbas), y sobre su enemigo, el señor de la legendaria Xin-Shalast, origen de tantos mitos (y he de reconocer que aunque no sé si creer la teoría de Quink, pues aun no tengo pruebas que la refrenden, la existencia de estos dos poderosos magos da cierta consistencia a su creencia de una torre de defensa, probablemente de naturaleza arcana).

Es una lástima que a Quink le interese tan poco la magia. Poca luz pudo arrojar sobre nuestros descubrimientos en las catacumbas, aunque afirmó que a los thassilonianos la magia oscura les perdía (cosa que ya sabía), tanto que la basaban en pecados (cosa que resultó una novedad para mí, extraña pero fascinante). Tras sopesar la existencia de una magia aun más antigua basada en virtudes, nos explicó que la reina Alaznist era la Señora de la Ira, cuyo Arte se sustentaba en la evocación (de nuevo, aquello tenía sentido al relacionarlo con los pocos objetos, frutos del Arte, que encontramos ahí abajo, todos ellos basados en esa escuela de magia), mientras que su rival de Shalast basaba su magia en el pecado de la codicia, anclado en la transmutación (ah, no puedo menos que pensar que ése tuvo que ser un Arte más sutil y adaptable que la fuerza bruta de Alaznist)

Tras tratar brevemente la relación de Thassilon con religiones oscuras, estuvimos hablando un rato más de un antiguo rey al que aquellos magos de pecado destronaron y reemplazaron, y de los reinos que surgieron después (de los que, ay, ni siquiera un erudito como Quink sabe gran cosa hoy en día), pero era evidente que mis compañeros se ponían cada vez más nerviosos pese a mi fascinación por esos temas, y que no los podría retener mucho más antes de que soltaran alguna pulla que ofendiera al sabio (aunque bien pensado, dado su despiste natural aquélla era una tarea ardua) Y efectivamente, el que Quink se empeñara en entregarnos una de sus obras, un voluminoso libro, no sin inquirir si mis amigos sabían leer, acabó con la ya menguada paciencia de mis compañeros.

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